Se levanta de la cama de un salto y él ni se inmuta (sé que estás despierto…). Sale del cuarto y se va al de invitados y cierra la puerta. Y abre la ventana. Desde allí se ve el cielo. Se ve la luna y las estrellas, y no recuerda cuando fue la última vez que las vio acompañada. (Llevo tanto tiempo sola que lo único que me apetece es estar sola).
A la semana siguiente, desde la casa de sus padres recuerda cada momento tierno. Cada sonrisa y cada caricia y le duele porque en el fondo le parece que alguna vez las imaginó pero nunca existieron. (Tú y yo no nos quisimos nunca y ahora no quiero que nadie me quiera, tampoco tú).
Vivirá sola un año. Compartirá de nuevo piso con alguna amiga y conocerá a dos o tres hombres más interesantes que la mayoría. Y decidirá que le gusta hacer cosas sin que nadie sepa que las hace. Salir a pasear, o leer en una plaza, bailar por toda la casa mientras friega, dormir en medio de la enorme cama, y decidir que el amor es algo maravilloso y platónico que nunca ocurre de verdad. Pero se siente valiente y feliz. Tal vez más feliz de lo que nunca ha sido… aunque algunas noches llore porque la cama se haga aún más grande de lo que es. Y conocerá gente nueva, cada vez más, y le interesarán más cosas, y viajará. Y de pronto un día descubrirá que es capaz de todo… Hasta de enamorarse de verdad y cuidar de ese amor para siempre. Y seguirle hasta donde sea o dejarse acompañar por él al fin del mundo, allá donde las distancias no tienen sentido, donde todo funciona.