miércoles, diciembre 12, 2007

HOY

Hoy ha sido lunes todo el día. Ahora no. Ahora son las once menos veinte de la noche y es simplemente, primavera.
Desde la ventana del estudio de Aurora se ven los patios traseros de varios edificios del barrio. No hay nadie en ninguno de ellos y las silenciosas mesas y sillas parecen dormitar esperando que el murmullo de la calle se apague del todo. Aurora se apoya en el alfeizar y piensa que su barrio le gusta y que su ciudad le gusta, que las gaviotas a lo lejos le recuerdan que el mar anda cerca, yendo y viniendo siempre, no como ella que nunca se movió de aquél barrio, de aquella ciudad. De Barcelona. Este estudio mide apenas 35 metros. Tiene una minúscula cocina, un minúsculo cuarto de baño y un amplio espacio en el que repartir la cotidianeidad que le pertenece. Allá la cama, con la mesilla de noche y la lamparita art decó de su madre. Aquí el sofá, que se cae a trozos de puro viejo, pero sigue abrazándola y meciéndola hasta el sueño cuando lee tumbada en él. Y allí la librería y la mesa de estudio. De estudio, de comida, de juegos, de enfados, de llantos, de cartas escritas y enviadas, de cartas escritas y rotas en mil pedazos, de espera durante días mirando un retrato…
Hoy Aurora se asoma a su ventana cuando ya ha anochecido del todo y sin embargo no es consciente aún de que sea de noche. Suele ocurrir cuando vemos anochecer poco a poco, cuando somos testigos del ocaso. Quisiera ella también alguna vez, salir a la caza del ocaso más bello. Recorrer todo el mundo buscándolo. Y descubrir ya viejita que el más bello lo vió de niña allá donde nació. Y no fue el más bello por los maravillosos colores ni los destelllos de fuego, sino porque era ella niña y los vio con los ojos de una niña. Ahora se enciende una luz en uno de los patios, el más alejado. Se oyen las voces de los que a él salen pero desde donde está no es capaz de verlos. Y le gustaría estar allí abajo, con aquellas personas, preparándose para cenar a la luz de las estrellas en aquella dulce noche de primavera. Se da cuenta entonces de que ya no mira al cielo, sino al alfeizar de la ventana, y que su rostro está sombrío por la pena. Se siente sola y hoy no quería sentirse sola. Hoy no. Pero uno elige para siempre, no se puede tener cada momento lo que uno ansía y de ese modo, debemos meditar si el destino de nuestras vidas estará en el sur o en el norte, en el este o el oeste y así, encaminar nuestros pasos hacia allá. Aurora eligió norte y soledad. Independencia si. Libertad total de este mundo y liberación del resto de seres humanos que esperaban siempre algo de ella. Y es feliz en el norte aunque algunas noches irremediablemente, son más frías.
Son ya más de las once y media. Los que cenan en el patio ríen y charlan unos con otros y se cuentan cosas que no tendrán ninguna importancia para el mundo pero si para ellos, ya que une la vida de uno con la del que tiene al lado y así uno a otro como una invisible telaraña de emociones diversas que se transforman poco a poco en lo que conocemos como amistad, amor, cariño... En todo esto piensa Au mientras apoya en su pecho el libro que intenta leer, sin conseguirlo, y mira al techo ensimismada. Las relaciones que tiene hoy en su vida son tan superficiales que no podría pasar una cena entera riendo sobre nada con ninguna de ellas. Y tampoco cree que ellos quisieran hacerlo. La ven rara, alejada del mundo. En el trabajo apenas habla con los compañeros de otros departamentos y se pasa el día sola en el archivo, trabajando y escribiendo. Escribiendo a veces relatos que no quiere que nadie lea o cartas que a nadie van dirigidas. Ahora medita sobre esto, ve los legajos sobre su mesa y las carpetas en las estanterías y piensa que tal vez termine volviéndose loca un día. O tal vez ya se volvió y ahora solo le queda convivir con la locura año tras año hasta que un descuido la lleve a hacer algo más extraño aún de lo que es no hablar con nadie nunca, y la encierren en un manicomio. Le ha entrado hambre con tanta cavilación y decide cenar algo ligero antes de irse a la cama. Mañana, un nuevo día de trabajo y de despertador a las seis de la mañana. Gracias Señor por el trabajo que nos hace dignos, gracias por dignificar a mis ojeras todas las mañanas en el espejo del baño. Mientras se sirve un vino blanco para acompañar el queso que sacó de la nevera vuelve a asomarse a la ventana para ver como llevan la cena los de abajo.