lunes, junio 09, 2008

Junio


Bonito mes.
Cuando estudiabas sentías cerca las vacaciones. Y la felicidad comenzaba a subirte desde los dedos de los pies, trepando por tobillos y pantorrillas y haciéndote cosquillas en su ascensión.
Ahora que las vacaciones no tienen fecha en el calendario, es todo un poco distinto, pero algo de aquella sensación queda...


Llevo una temporada bastante larga sin parar de trabajar. En muchas cosas además. Y creo que he dejado de lado la parte de mi que necesita crecer cada día un poco. Casi no leo, ni voy al cine, ni tengo conversaciones sobre las cosas que aún nos quedan bellas en esta vida. Y lo noto dentro. Noto que todo lo aguanto peor. Que estoy más gris. Y me enfado enseguida con el mundo.

¿No os ha ocurrido nunca haber tenido un día nefasato y que a última hora algo simplemente bello lo haya arreglado? Un cielo precioso al volver a casa. Un fragmento de un libro que os encante. Un par de canciones que necesitabais oir al llegar a casa. Un vino con alguien que te importa y una conversación sobre viajes o sobre el mar... y lo maravilloso que sería poder salir a navegar cuando quisiéramos...

Pues bien, he llegado a un punto en el que he cedido esas parcelas que siempre guardaba para mí. Y ahora no sé como recuperarlas. Llevo demasiados días metiéndome en la cama rendida y pensando que no he tenido mi hora diaria de belleza. Y lo siento en el interior, y en el brillo de mis ojos y en mi piel. Y sobre todo lo siento en mi trato con los demás. Con los que tengo más cerca más. Con el que tengo al lado, mucho más...

No cedáis nunca ese momento vuestro, por pequeño que sea en el día. No lo cedáis ni lo regaléis a los horarios o las urgencias... porque es tan dificil recuperarlo después!!! tanto!

Yo lo voy a intentar hoy mismo yendo al cine conmigo misma... y volviendo a leer un poema que pertenece a mis noches de tintero y papel en blanco...

LOPE, LA NOCHE, MARTA - José Hierro

He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido
(afuera deja sus constelaciones).
«Buenas noches, Noche».
Pasa las páginas de sombra
en las que todo está ya escrito.
Viene a pedirme cuentas.

«Salí al rayar el alba -digo-.
Lamía el sol las paredes leprosas.
Olía a vino, a miel, a jara»
(Deslumbrada por tanta claridad
ha entornado los ojos).
La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé:
oye la plata de las campanadas.
Ante la puerta de la iglesia
me callo, me detengo -entraría conmigo
si yo no me callase, si no me detuviera-;
yo sé bien lo que quiere la Noche;
lo de todas las noches;
si no, por qué habría venido.

Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba
no dije Agnus Dei qui tollis peccata mundi,
sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios
que quita mis pecados del mundo).
La Noche no podría comprenderlo,
y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese.

No me pregunta nada la Noche,
no me pregunta nada. Ella lo sabe todo
antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa.
Ella ha oído esos versos
que se escupen de boca en boca, versos
de un malaleche del Andalucía
-al que otro malaleche de solar montañés
llamara «capellán del rey de bastos»-
en los que se hace mofa de mí y de Marta,
amor mío, resumen de todos mis amores:
Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles, mona
y entre las sábanas, Marta.
qué sabrá ese tahúr, ese amargado
lo que es amor.
La Noche trae entre los pliegues de su toga
un polvillo de música, como el del ala de la mariposa.
Una música hilada en la vihuela
del maestro del danzar, nuestro vecino.
En la cocina la estará escuchando Marta;
danzará, mientras barre el suelo que no ve,
manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal,
de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos.
Danza y barre Marta.

Pido a la Noche que se vaya. Hasta mañana, Noche.
Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín,
saldré después a decir misa
-Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea-
luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos,
escribiré unas hojas
de la comedia que encargaron unos representantes.
Que las cosas no marchan bien en el teatro,
y uno no puede dormirse en los laureles.

Hasta mañana, Noche.
Tengo que dar la cena a Marta,
asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro),
cuidar que no alborote mis papeles,
que no apuñale las paredes con mis plumas
-mis bien cortadas plumas-,
tengo que confesarla. «Padre, vivo en pecado»
(no sabe que el pecado es de los dos),
y dirá luego: «Lope, quiero morirme»
(y qué sucedería si yo muriese antes que ella).
Ego te absolvo.
Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,
aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos
marinos,
de lugares vividos y soñados: de lo que fue
y que no fue y que pudo ser mi vida.

Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.



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