jueves, febrero 24, 2005

Miro la luna llena sobre el inclinado tejado de enfrente. Es de color mantequilla, y debe saber parecido. Me recuerda al pueblo de mis abuelos, allí también veía la luna pero era yo la que estaba sobre el tejado. Una vez apareció un gato, un gato muy guapo y quise irme con él. Pero yo, que nunca había tenido vértigo, no pude moverme del sitio. Quizá fue que la noche nos trastorna un poco. El caso es que no me fui y él se volvió por donde había venido. Me quedé mirando la luna y la luna se me quedó mirando a mí. Y luego bajé de mi tejado y me metí en la cama. Y no volví a pensar en el gato ni en la luna hasta esta noche de hoy que la vuelvo a ver y todo vuelve a mí tan claro y tan real como si hubiera pasado ayer. Y me gustaría subirme al tejado inclinado de enfrente, a esperar al gato o, simplemente a mirar la luna de más cerca. Qué extraño influjo el de la luna. Tal vez sea cierto que si la miras fijamente durante mucho tiempo te vuelve loco… tal vez Cyrano era más filósofo que poeta.

Sólo veo la luna por la ventana. Oigo el ruido de los coches en la glorieta y escucho a Calamaro en mi ordenador. Y estoy intentando recordar alguna de las muchas noches mágicas de luna llena que he pasado en Madrid, pero sólo consigo recordar el camino desde el Automático hasta mi casa y la forma de las copas de vino que allí nos ponían a Marta y a mí cuando salíamos de trabajar, y buscábamos en aquél bar el refugio para hablar de todo aquello que nos rondaba la cabeza y el corazón en aquella época (que por otro lado no es muy distinto de lo que nos rondará hoy por hoy). O si no, vienen a mí recuerdos del kilómetro cero y la imagen de Elsa saliendo de entre la gente que allí se espera lanzándome sus brazos y su sonrisa, y el camino que luego tomábamos hacía cualquier lado donde nos sirvieran de beber y donde poder confesarnos la una con la otra y suspirar y bufar y reír… y a veces llorar, pero eso si, siempre resistir, siempre compartir. Y también recuerdo la luna llena de mis noches en Ciudad Real, aunque ésta que recuerdo es más lejana, últimamente no miro mucho al cielo cuando salgo por allí, debería volver a hacerlo. Recuerdo de este modo como aparecía en mitad de la oscura noche de nuestros Bare Crucis detrás de la esquina de Mapfre, cuando salíamos de Chupitos agarrándonos unos a otros por el frío y la borrachera, camino de otra barra de bar y de otra conversación calurosa o acalorada, según se terciara.
En todas y cada una de estas ocasiones me he quedado mirándola unos instantes, y en todas y cada una he sentido correspondida mi mirada. Ha habido otras ocasiones, con otras compañías, otros momentos mágicos, otras ocasiones especiales. Pero hoy me quedo con estas. Y reto a la luna a seguirme en todas las que aun me quedan por vivir. Creo que daría lo que fuera por bajar de su altura y tomarse un Rioja en invierno con nosotros.


Esta noche de luna llena me quedo en casa, mirándola de vez en cuando y viendo como cambia de lugar según pasan las horas. Me habría gustado salir a dar un paseo pero no tengo con quien, el gato no volvió. Así que me he quedado en casa sola escuchando música y recordando un poco, que me conozco y si recuerdo mucho en soledad, termino nostalgiando demasiado, como diría Benedetti.
Pero de pronto el silencio en la calle es más claro que antes, ya no se oye nada de nada. Y decido salir a la terraza, quizá corra algo de viento. Huele el jazmín y la luna cada vez está más grande. Tener compañía una noche como esta sería todo un regalo. Tener compañía para ver una noche como la de hoy como yo la veo sería la mayor de las suertes. Pero nadie me acompaña por ahora, solo la luna que, sola como yo y desde su altura destila la misma tristeza que mi media sonrisa tranquila. No tengo prisa, ni me doy pausa. En algún lado alguien un día se mirará en mis ojos y dejará que me vea en los suyos siendo sincero. Alguien sentirá que su corazón late más rápido cuando me vea aparecer y me lo dirá… Algún día alguien me hará la mujer más feliz del mundo. Y yo no le voy a buscar, porque sabrá llegar solo, como el gato del tejado. Esta vez, para quedarse o llevarme con él. Para quedarse y de ese modo, también llevarme siempre con él.


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